A los 10 años le dijo a su mamá “quiero ser cura”. Reservado, como es hasta hoy, no volvió a tocar el tema hasta los 15 años. Pero la idea le quedó dando vueltas en el corazón. Su madre rescató esa frase dicha en la infancia en un libro que ella escribía en secreto sobre la vida de su hijo. Él lo supo después, y sonrió con la boca del alma. Ahora ríe. Se ríe a las carcajadas porque se acuerda que en ese tiempo le gustaba ser monaguillo pero le aburrían los retiros espirituales.
Monseñor José María Rossi, obispo de Concepción, pertenece a la orden de los dominicos. El 14 de abril de 2020 cumplirá 75 años. Por derecho canónico, cuando llegue a esa edad, deberá presentar su renuncia al papa Francisco para dejar su lugar a alguien más joven. En su caso, ya hay un reemplazante. José Melitón Chávez. Ex obispo de Añatuya, en Santiago del Estero, tucumano, con un estilo muy parecido al de monseñor Rossi. Por problemas de salud debió dejar la diócesis más grande y más pobre del país, para estar cerca de un hospital bien equipado. El padre Melitón asumirá como obispo coadjutor el 29 de este mes en Concepción.
Con una tonada porteña, que resiste a los 19 años que lleva en Concepción y cinco como párroco en Orán (Salta), Rossi ha adquirido la mansedumbre del hombre del interior. Cálido, sonriente, invita a pasar a María Brígida de Ortiz, que lleva las preguntas de LA GACETA. Ella ha colaborado como voluntaria en el Obispado desde sus comienzos y ya ha comenzado a llorar su partida.
- Cuéntenos un poco de su vida.
- Nací en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, diócesis de Morón. En aquella época era un pueblo. Calles de tierra. Casas con mucho jardín. Hoy es ciudad. Allí nací y viví hasta los cuatro años. Cuando quedó viuda una de mis abuelas nos fuimos a vivir con ella en barrio Congreso, Capital Federal. Fuimos nueve hermanos. Yo era el tercero. Murieron los dos mayores. Los más chicos, mellizos, varones, son sacerdotes. También dominicos.
- ¿Cómo surge su vocación?
- En mi adolescencia. Yo iba al colegio Don Bosco de los padres salesianos desde 4° grado hasta terminar la secundaria. Allí descubrí mi vocación. Mi familia, muy religiosa, me apoyó en todo. Cuando llegué al colegio quedé impactado por las figuras de dos sacerdotes salesianos. Uno era mi maestro y el otro, un cura joven que jugaba con nosotros, se arremangaba la sotana y corría tras la pelota. Ahí me nació la idea de ser cura. Un día, yo tenía 15 años, el superior me propone ir al seminario menor. No quise. Aún no. Después, cuando estaba en 3° año, uno de 5° se fue al seminario. Rodríguez Melgarejo. Yo no lo conocía. Después fue obispo de San Martín. No lo volví a ver hasta el día que me ordené obispo en Orán. Él era como delegado de la Conferencia Episcopal. Escuché su nombre y recordé ese momento que me impactó.
- ¿Cómo decide entrar a la orden de los dominicos?
- En esos últimos años del colegio salesiano comencé a compartir con un grupo de amigos fuera del colegio. Ellos iban a misa a Santo Domingo y los acompañé. Me gustó la comunidad. Rezaban juntos con los frailes. Mi almita adolescente se sintió muy identificada con esa propuesta de vida. Entonces terminé el colegio y a los tres meses dije “me voy al convento”. Tenía 17 años.
- ¿Cómo fueron esos comienzos en la orden dominica?
- Durante mi primer año en el convento, en 1963, muere el Papa Juan XXIII quien ya había convocado al Concilio Vaticano II. Lo eligen a Pablo VI papa y yo quedé prendado. Siento que mi formación como sacerdote tiene mucho que ver con él, con sus enseñanzas, su figura. También el Papa Francisco reconoce que tuvo mucho que ver en su formación. Me ordené sacerdote en 1970. Viví pocos años en conventos, en los de Mendoza, Santiago del Estero, Mar del Plata, San Juan y Buenos Aires. En este último estuve a cargo de la formación de los jóvenes. Recuerdo a quien ahora es obispo de Bahía Blanca, fraile Carlos Aspiroz Costa. Fui su formador en el convento y después él fue superior de la orden a nivel mundial. Cuando volvió a la Argentina lo eligieron obispo. En nuestro país somos dos los obispos dominicos. El y yo. Antes fue monseñor Torres Farías que fue obispo de Catamarca unos 25 años. Hace unos años hicimos un Encuentro Internacional de obispos dominicos en el pueblo natal de Santo Domingo. Ahí supimos que somos unos 30 en el mundo.
- ¿Cómo fue la experiencia en Orán?
- Comencé a ir al Chaco Salteño a misionar. En enero. Calor y barro. Aunque la verdad lo disfruté muchísimo. Después de la primera misión con Félix Martínez Casado, dijimos “queremos venir a vivir acá”. Él lo logro mucho antes que yo. Después de 20 años me mandaron. Fui párroco cinco años. Muy lindo. Aprendí muchísimo. Extraño esa zona. Hay muchas comunidades aborígenes Wichi. La diócesis de la parroquia tenía 8.000 kilómetros cuadrados, poco menos que la de Concepción. Me fueron a buscar ahí para anunciarme que sería obispo, y de ahí me vine como obispo coadjutor de monseñor Witte.
- ¿Cómo fue esa la llegada?
- Yo conocía Concepción, había pasado muchas veces a visitar a las monjas dominicas de acá. Ese día monseñor Witte me presentó a toda la gente. Ese día fue clave, todavía guardo la sensación y el sentimiento en mi cuerpo. El cariño de la gente. La Catedral estaba llena. 7 de diciembre a la noche. La gente nos saludaba a mí, sin conocerme, y a monseñor Witte en la puerta. Eso yo no conocía. Fue un amor a primera vista con la gente.
- Usted llegó en plena crisis...
- Siii... 2001. Ese mismo año comenzamos a trabajar con la Pastoral Social. Mucha pobreza. Y después comienza la preocupación por las adicciones. A mí me había impactado mucho un gesto de Benedicto XVI cuando fue a Brasil para el Encuentro de Obispos en Aparecida en 2007. Una de las cosas que él hace es visitar la Fazenda. Eso me impactó. Visité la Fazenda de Deán Funes y dije esto quiero para mi diócesis. Así se abrió en Fazenda.
- ¿Cuáles son las cosas que más le ha causado dolor en estos 19 años?
- La muerte de los curas que me acompañaban y los sufrimientos de la gente pobre de acá del sur. Tucumán es una provincia rica con muchos pobres. El sur de la provincia es una zona que produce mucho, pero no es rica porque la mayor parte de la plata se la llevan a otro lado. Los dueños de las empresas más fuertes no son locales en su mayoría. Cuando yo llegué acá acababa de cerrar la fábrica de Alpargatas. Recuerdo que junto con monseñor Witte fuimos a celebrar misa allí. Pude acompañar en muchas situaciones dolorosas. Entonces era Alpargatas y ahora es el ingenio Santa Bárbara. Nuevamente Alpargatas el año pasado ha despedido un grupo numeroso de gente. Y el sufrimiento es histórico. La desocupación, las inundaciones...
- ¿Ha renegado mucho con los funcionarios públicos?
- Sí con funcionarios públicos. He renegado en los momentos en que uno ve que hay funcionarios públicos que no están comprometidos con la gente a la que tienen que acompañar. Cuando uno ve que no entienden la situación humana que hay detrás de una crisis. Por supuesto que no me amarga. Uno siempre tiene la esperanza de que las cosas pueden estar mejor. Ese es un desafío para seguir trabajando. Yo creo que en esto voy a seguir trabajando cuando esté en San Miguel de Tucumán. Creo que voy a poder aportar algo lindo allá.
- ¿Piensa quedarse a vivir en Tucumán?
- Sí. Voy a vivir en el convento de Santo Domingo. Voy a volver a la vida de fraile como cuando tenía 17 años. Seguiré sirviendo a la comunidad desde ahí, por supuesto como obispo emérito. Pero (recalca) voy a extrañar mucho el contacto con la gente del campo, algo para mí tan lindo. Y otra cosa (ahora se le quiebra la voz): voy a extrañar mucho la Fazenda. Esta Fazenda que amo.